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Una puerta al mundo que se abrió y permaneció en mi piel

PRIMERA PARTE - Caterina Mazzullo

Respondiendo a los gritos de la humanidad, descubrí en mí una necesidad de espiritualidad que quizá no exista en otros. ¿Y qué importa si la respuesta no es la misma para todos? Después de todo, precisamente porque se llama verdad, no necesita ser Defendida.


Cuando me pidieron que escribiera sobre el Líbano, lloré, cómo podía, cómo puedo imprimir una experiencia tan íntima en una página en blanco; cómo puedo contar y pretender que los demás entiendan lo que experimenté en mi piel.


«Cate, te cambiará la vida» me escribió Alice el día antes de partir. Y así fue.


La radicalidad de nuestras decisiones nos convierte en quienes somos y me pregunto cuán fuerte fue la mía. Me fui porque sentía una necesidad en mi interior, que todavía me cuesta explicar. Sentí que tenía que poner las manos en la masa dentro de mí misma, sentía que ya no podía verme sentada y esperando. Tenía que romper los esquemas, porque la vida es participación y llevo dentro un deseo de libertad demasiado grande como para quedarme quieta, acunarme en mis chucherías y vivir una cotidianidad inmutable.

Decidí ir a Líbano porque es un país del que hoy no hay noticias en Occidente, del que muchos ni siquiera conocen el nombre. Sin embargo, es un país que podría describirse como una isla, fronterizo con Siria, cuyas relaciones políticas están en la cuerda floja y condicionadas por una guerra sin fin, y también fronterizo con Israel, con el que las relaciones son conflictivas desde hace mucho tiempo.

Los libaneses vivieron una guerra civil muy fuerte, vieron Beirut dividida en dos, entre cristianos y musulmanes. Y hoy coexisten en este Estado hasta 18 confesiones diferentes, cada partido político confluye con una identidad religiosa, cada partido político está “del lado” de un bando o del otro. La espiritualidad, la fe, se convierte así en un elemento de identidad y pertenencia, un concepto que ya no es concebible en Occidente. El colapso de la lira libanesa, la crisis económica de 2019, el covid, y la bomba que estalló “accidentalmente” en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, han llevado a este país a la caída del gobierno, cuyo control y poder también se ha dividido entre shiítas, sunitas y cristianos.


Un estado en el que perduran y conviven personas con íntimas diferencias sustanciales, diferencias que por alguna extraña razón, quizá un secreto que aún desconozco, abrazan y fortifican a los ciudadanos libaneses.


No niego que una de las razones que me impulsaron a ir a Oriente Próximo, y concretamente al Líbano, fue mi dominio de la lengua francesa. Una lengua que, en virtud del mandato de Francia en los años noventa —que podríamos comparar con una colonización—, se ha convertido en la madre de este pueblo.


Cuando te conviertes en voluntario sientes que tu trabajo nunca es suficiente, que no basta, sobre todo cuando tomas conciencia, cuando te das cuenta de que las personas que te rodean viven a diario en condiciones precarias, condiciones que pueden cambiar de un día para otro. En mi caso particular, la pobreza absoluta de familias enteras, que se fían de lo que la vida les ofrece sin condiciones ni peros.

En cierto modo comprendí que yo también quiero vivir así, quiero vivir en el presente, sin condiciones adversas, sin miedo a perder algo o a tomar la decisión equivocada, quiero confiar en esta vida que fluye y dejarme inspirar por mí misma y sobre todo por lo que encuentro. Quiero dejar que mis emociones me invadan, contagiar energía y recuperarla.


Empecé el viaje escribiendo «que esta experiencia permanezca en mi piel, que no sea un breve paréntesis ni un punto de llegada. Que esta experiencia sea una de las muchas puertas al mundo que abriré poco a poco y de las que quiero dejarme inspirar.»


Partí el 5 de julio de 2023, mi madre lloró y me dejó en el umbral del control de pasaportes, entregándome un cuaderno blanco y susurrándome unas palabras: «Cate, escribe un libro». Así partí, llevándome conmigo una energía que no sabía que poseía y unas ganas locas de fotografiar cada momento.




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