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Amazonas, un voluntariado entre la belleza y los desafíos

  • Immagine del redattore: María Luz Peña
    María Luz Peña
  • 14 ago
  • Tempo di lettura: 3 min

MARINA CAZZERI MELQUIADES (BRASIL)

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Desde pequeña compartí los valores cristianos, pero con el tiempo, mi vida tomó otra dirección y poco a poco me fui alejando.


Al inicio del 2024 empecé a sentir que algo dentro de mi no iba bien. Sentía un vacío, una intranquilidad difícil de explicar. Después de pensarlo mucho, entendí que este vacío se debía a la pérdida de un propósito más grande en mi vida, de algo que me hiciera sentir una persona realizada.


Un tiempo después conocí Milonga y sin saber si todo saldría bien, decidí lanzarme. Pausé mis prácticas profesionales, pospuse mi universidad y participé por primera vez en el Genfest donde los jóvenes estaban involucrados en una experiencia de voluntariado. Me comprometí en el proyecto social del Barrio do Carmo donde experimenté en primera persona la realidad que viven quienes se dedican cotidianamente al trabajo social y entendí que esto era lo que quería. Fue una experiencia que me cambió profundamente, tanto que mi deseo de continuar haciendo un voluntariado se hizo más fuerte y una semana después estaba en el Amazonas iniciando mi trabajo voluntario en el Proyecto Acogida. 


Me sumergí en una realidad completamente diferente. El Amazonas es un lugar de indescriptible belleza. Lo primero que me impactó fue la majestuosidad de los bosques: árboles enormes, vegetación densa y ríos inmensos que parecían no tener fin. La naturaleza es muy viva y tiene una biodiversidad increíble: aves de colores vivaces, el sonido constante de los insectos y un cielo que al atardecer se trasforma en un espectáculo de colores. Pero junto a todas estas riquezas existen también los desafíos.


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El Proyecto Acogida promueve diversos tipos de actividades en el horario extra escolar para niños y adolescente entre 7 y 17 años en situación de vulnerabilidad social. Mi función era la de acompañar a los niños con dificultades de aprendizaje, en particular a aquellos que estaban aprendiendo a leer y escribir. Muchos de ellos venían de contextos muy difíciles, sin estructura de base para el estudio y poderlos acompañar en este proceso fue una experiencia de aprendizaje también para mí. No fue siempre fácil, pero cada pequeño paso hacia adelante, cada sonrisa y gesto de afecto hicieron que todo valiera la pena. 


Enfrentarme a la pobreza generó un impacto muy grande en mí, tanto que a veces, al final de la jornada, estaba exhausta emocionalmente. Uno de los momentos que más recuerdo fue cuando un joven, con toda la sinceridad del mundo me dijo que si estuviera muerto nadie iría a su funeral. Aquello me tomó por sorpresa. Me quedé sin palabras por algunos segundos tratando de asimilar aquello que acaba de decir.


Lo miré y vi una profunda tristeza en sus ojos e incluso cierta resignación, como si de verdad creyera que su vida no era valorada por nadie. Mi corazón se desplomó. No podía aceptar que un niño tan pequeño tuviera desde ya ese tipo de pensamiento. En ese momento lo único que podía hacer era mirarlo directo a los ojos y decirle con total sinceridad: “No es verdad. Eres importante. Eres amado, y yo en primera persona estaría ahí”.



Me miró con algo de sospecha, como si no supiera si creer en esas palabras. Sin embargo, poco a poco, empecé a ver que buscaba más mi presencia en su vida cotidiana. Algunas veces se acercaba solo para estar cerca de mí, sin decir nada; otras veces me sonreía desde el otro lado del patio. Pequeños gestos que me demostraban que quizás estaba empezando a creer que sí, que su vida de verdad contaba. 


Ese momento me impactó profundamente porque me hizo ver concretamente las consecuencias que tienen el abandono y falta de amor en la vida de un niño, pero al mismo tiempo me enseñó que cada gesto de atención y afecto, aunque sea pequeño, puede hacer la diferencia; y si en aquel momento logré plantar una pequeña semilla de esperanza en su corazón, todo el esfuerzo valió la pena. 


Cuando logramos afrontar nuestros límites y los obstáculos externos, no solo aprendemos sino que recogemos frutos hermosos. El voluntariado trasforma nuestro modo de ver el mundo. Para mí fue así. Encontrar y amar a quien sufre, acercarme a las personas más vulnerables me ha dado esperanza, deseo de contribuir en la construcción de un mejor mundo. 




 
 
 
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