Por LUISA FERNANDA RAMIREZ MESA
Cuando decidí ir a Loppiano buscaba vivir una experiencia de interculturalidad, pero en ese entonces no sabía lo que significaba verdaderamente esa palabra y mucho menos lo que implicaba en la práctica. Para muchos la interculturalidad es simplemente el hecho de la interacción entre diversas culturas, y en efecto, desde el primer momento en el Proyecto Joven logré conocer personas de diferentes países, culturas, edades y convicciones religiosas. No obstante, con mi experiencia de 3 meses aprendí que la interculturalidad va más allá del simple hecho de interactuar, pues implica abrir la mente y el corazón al encuentro real y auténtico con el otro, para reconocerle, valorarle y amarle junto con su cultura. Lo anterior quiere decir que la verdadera interculturalidad nos transporta del convivir y tolerar al nivel de “amar la diversidad y enriquecernos de las diferencias”.
Ahora bien, durante mi voluntariado me pregunté varias veces lo siguiente: ¿debo sacrificar mi cultura para vivir la verdadera interculturalidad? En respuesta, mi experiencia como voluntaria me enseño que valorar la cultura del otro no implica perder nuestra propia esencia, por el contrario, en el ejercicio diario de encontrarnos con el otro podemos reconocer que compartimos la misma dignidad como personas y que a la vez hay diferencias que nos hacen únicos. En esta gimnasia de conocer al otro, logramos ser más conscientes de quienes somos y profundizar también en “Nuestro YO”, entonces, cada experiencia de interculturalidad se convierte en una oportunidad para “Encontrarnos a nosotros mismos al reconocer al otro”.
Otro elemento que me gustaría mencionar es que la experiencia en Loppiano me ayudó a ser consciente de las estructuras mentales, prejuicios, preconceptos y sesgos cognitivos que me limitaban al momento de conocer nuevas personas. Considero que durante mi shock cultural del primer mes comprendí que inconscientemente juzgaba algunas situaciones o personas con base en mis conocimientos previos, estándares y valores culturales, pero desconocía la realidad y el sentido de vida del otro. En ese sentido, aprendí que “la interculturalidad también comienza por perder nuestros propios prejuicios”, y este ejercicio de humildad, nos lleva realmente a construir relaciones auténticas y ganar verdaderos amigos en todo el mundo.
Por último, quiero señalar que muchas veces me pregunté si el Proyecto joven era realmente una experiencia de voluntariado, inicialmente consideraba que no porque relacionaba el voluntariado con un servicio directo y material a una comunidad con necesidad. Sin embargo, luego de mi experiencia, considero que Proyecto joven es un voluntariado en el que nos donamos auténticamente nosotros mismos para construir una experiencia de vida con los demás y podemos servir a la comunidad y al mundo, siendo imagen viva y real de la construcción de espacios de verdadera fraternidad donde se valora y no se destruye la diferencia.
Proyecto joven es un espacio seguro donde los jóvenes aprendemos en la teoría y más aún en la práctica, a construir puentes interculturales y derribar muros de prejuiciosos para hacer de nuestro mundo, un mundo más unido.
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