Mi experiencia milONGa en la Mariápolis Lia
Esta vez, la pista de baile está situada en Argentina, y me encuentro en ese punto atemporal en donde te das cuenta que algo va a cambiar en tu vida. Sé que la idea es ir a ayudar a otros con lo que uno sabe hacer, y a veces uno va con la incertidumbre de ser una ayuda para el otro, pero siento que algo me impulsa a dar estos pasos, me gusta mucho aprender y sin duda un aprender juntos.
El voluntariado se desarrollará en la Mariápolis Lía, un lugar ubicado en una zona rural, que está conformado por vialidades, empresas, casas y muchas más construcciones.
Una vez sintonizado en la frecuencia de la Milonga, empiezo la aventura. Llego al aeropuerto de Buenos Aires en una madrugada que me abraza calurosamente; viajo del hermoso invierno del norte a la nueva primavera del sur. Ahí me encuentro con una persona que me recibe con una sonrisa, y mis oídos escuchan el nuevo acento de este castellano diferente al mío.
En el transcurso de los días se modificó la idea que yo tenía acerca de las zonas que se encuentran alejadas de la ciudad. Cada día tomo una breve caminata rumbo al trabajo y al comenzar el paso voy sintiendo las suaves caricias que el aire brinda a mi rostro. En este mismo trayecto puedo observar el coqueteo de la diversidad de hojas que se encuentran en el camino una con otras para armar este espectáculo matutino. Los días me regalan sorpresas dentro y fuera del trabajo, el ambiente laboral de la empresa me sorprende, comienzo a entender que en este lugar rodeado de sembradíos de soja se vive algo diferente, algo que por ahora no puedo explicar, ese algo que iré descubriendo en el zapateo de la milonga.
El tiempo en la empresa me obsequia momentos que permiten conocer más a las personas, he redescubierto el sentido del trabajo, lo ordinario se convierte lentamente en algo extraordinario, la milonga cobra vida en todos sus compases, y expreso que la mayoría de las personas que vienen a vivir una experiencia, me abren las puertas de su corazón para dejar en el mío más que un sello de cera, un broche de oro con el emblema cuya clave de la prosperidad está en el dar, “den y se les dará”. (Lucas 6:38).
Algunas veces, observando la higuera, justo en el momento en que comienza esa temporada donde se perciben los aromas que despiertan el apetito a consumir ese dulce fruto, y que se aprovecha para hacer mermeladas, dulces, o simplemente degustar directamente de la recolección, entiendo algo: en la vida se tienen dos opciones, invertir el tiempo en ir a cosechar o adelantar un poco más el trabajo que se hace diariamente. En las ciudades, quizás tenemos que optar por la segunda dejando a un lado esa invitación que nos hace la naturaleza.
Cosechar en tiempo y forma ayuda al árbol, favorece a que provea higos frescos, pero sólo se tiene la opción de hacerlo en el momento presente, si uno lo deja para después entonces la naturaleza aprovechará esa distracción y nos arrebatará el gusto de probar los frutos que brinda ese tronco liso de color grisáceo y hoja grande, los bichitos emprenderán su laburo sin pensarlo dos veces, y una vez invadido, comerlo no será una opción grata. Entonces, si uno se ocupa de este valor que sabiamente la naturaleza nos brinda, nos veremos beneficiados ya sea a través de un momento de distracción, de introspección, o por haber salido de nuestra rutina.
Una de las tantas cosas que aprendí acá, fue precisamente esa: vivir el momento presente puede generar una experiencia de amor mutuo.
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