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Kenya, un país en África, no un país Africano.

Isabele, de Brasile.

Cuando empecé a prepararme para el viaje, acaba de renunciar en una escuela élite en mi pueblo donde trabajé por dos años. Mientras trabajaba allí, durante la pandemia, sentía que no estaba haciendo lo suficiente por la humanidad, entonces empecé a hacer pequeños trabajos de voluntariado en mi pueblo siguiendo de los protocolos de COVID-19. Cuando renuncié, estaba en el último semestre de la universidad y estaba segura que no quería empezar a trabajar en mi campo después de graduarme.


Desde entonces, empecé a hablar más a menudo a Vaudete Bueno, quien me invitó a trabajar con ella en la Sociedade Movimiento dos Focolares (SMF), y decidí aplicar mi conocimiento haciendo un trabajo voluntario en el extranjero. Mis expectativas sobre el país no se podían medir, porque hablar de África era hablar de estigmas y expectativas sociales que evité investigar y profundizar. Mis metas durante el viaje entero eran donarme, amar, respetar y luchar hasta el final, siguiendo mi cita favorita de Chiara Lubich: “fino alla fine” (hasta el final).


Cuando llegué allí, me recibió Maurizio, quien me llevó a hacer un tour por Nairobi y me dejó descansar antes de llevarme a mi primer lugar de trabajo. Recuerdo muy bien sus palabras cuando estábamos en el centro, que de hecho me hicieron recordar Sao Paulo: “Ahora podrás darte cuenta, pero será aquí donde comprenderás las consecuencias del capitalismo.” Al principio, pensé que no sería así porque soy de Brasil, donde vemos la desigualdad en todas partes. En cambio, al final del viaje le dije que estaba de acuerdo. Kenya me enseñó las diferencias económicas que hacen que el lenguaje de tu cuerpo cambie.


Tenía mucha curiosidad cada vez que hablaba con alguien, inmigrante o keniano, cada vez que creía que estaba en un lugar seguro para el diálogo, traté de profundizar aún más sobre la cultura, el idioma local. Sus relatos no me sorprendían ni me asustaban, al contrario, sentía un entusiasmo o una empatía que me estremecía el estómago, y estos sentimientos juntos me hicieron comprender que sola no podía cambiar el mundo. Esta impotencia me hizo feliz y más abierta al trabajo en grupo.


La gente siempre quiere saber cómo es el mundo fuera de su país, y esto me hace muy feliz, pero al mismo tiempo me impresiona lo mal informados que están sobre otros países. Muchas veces escuché decir que por el hecho de ser blanca, aún si venía de Brasil, era económicamente privilegiada; no importó lo mucho que intenté explicar la situación de mi país, muchos decían que toda la gente blanca de países no africanos es rica.


Durante mi primer mes en la primera organización que estuve, conocí muchas personas del lugar que me acogieron muy bien y pude participar en todos los proyectos que se desarrollaban. Sin embargo, en el segundo mes, cuando un grupo de niños que fueron rescatados llegaron al hogar, sentí que la organización nos decepcionó a mí, a mí compañera de voluntariado y a nuestros valores e ideas. Todo era muy precario y estaba a punto de desistir y cambiar mi lugar de trabajo. Después de mucho diálogo y de pedir cambios porque el horario era muy pesado y las condiciones eran precarias, pudimos alinear nuestras expectativas con las de la organización.


En la segunda y tercera organización donde estuve, después de estar muy cansada por los 3 meses anteriores, sentí que finalmente estaba haciendo lo que habíamos planeado durante la preparación de MilONGa, estaba en paz y preparada para más.


Una hermosa experiencia que viví allí fue mi relación con todos los niños, desde los chicos que fueron rescatados en la Familia Ya Ufariji, quienes eran adolescentes, hasta los niños de los dos jardines infantiles en los que trabajé. Tuve conversaciones con los adolescentes que cambiaron mi vida, y espero que la de ellos también. Tuve momentos de recreación y educación con los niños en los que me di cuenta lo mucho que mi creatividad los involucraba en el proceso desarrollo físico-psicológico.

Debido a las diferencias culturales, me resultó muy difícil entender la forma en que los trabajadores trataban a los niños rescatados, un poco violentamente en lugar de escucharlos. Muchas veces intenté hablar con algunos de ellos, decirles lo mucho que me dolía, pero no lo entendían. Sin embargo, pude mantener varias conversaciones positivas con los niños y con otros trabajadores para suavizar este tipo de comportamiento.


Aprendí que la realidad social puede cambiar mucho el comportamiento de una persona, desde su manera de organizar las finanzas, estudiar una materia, servir la comida en un plato o cómo expresa su lenguaje corporal. Al notar este comportamiento, me quedé con la idea de dejar mis costumbres para poder abrazar lo que ahora era mi hogar de tal forma que nadie se sintiera incómodo.


Esta experiencia cambió mi vida, me hizo una persona más fuerte, me hizo enamorarme de un país y un continente que ahora defiendo ferozmente si escucho bromas de él. Siempre recuerdo que viví en Kenya, en el este del continente africano, para que la gente entienda que África es un continente inmenso, hermoso y rico. Me cambió la vida en una manera que ya no puedo imaginarme siendo feliz en un lugar como mi viejo trabajo, en una ciudad en donde todos fingen que la vida afuera no tiene sufrimiento.


Ahora amo más la diversidad de mi país. No quiero ser la persona que siempre está criticando las dificultades del mundo, sino una persona que es activa en el cambio y la unión de nuevos cuerpos que puedan mejorar este mundo. Siento que estuve en el lugar correcto, en el tiempo correcto por seis meses de mi vida. Desarrollé una relación espiritual con Dios. Sé y siento que lo que hice allí fue su voluntad. Me llevó conmigo el amor de todos los que conocí y la perspectiva y la sed del mundo que se amplió aún más.






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