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Dejar que la luz invada la jornada

  • Foto del escritor: María Luz Peña
    María Luz Peña
  • hace 22 horas
  • 4 Min. de lectura

Un día de finales de septiembre, 2024


Parece que hoy hay sol. Esto, irónicamente considerando que en los último tres meses he estado en un país conocido por todos como “tropical, fue mi primer año sin verano. Partí hacia finales de junio y dentro poco, al final del invierno brasilero, regreso. Mientras me seco el cabello, una canción del nuevo álbum de Liniker capta mi atención:“Tomara que hoje faça um dia de sol e se houver neblina que eu seja um sol interno”, (espero que hoy sea un día de sol, y si hubiese neblina que yo sea un sol interior). Pienso en los niños de mi escuela, a donde iré pronto, a quienes saludaré mientras entran alegres saludando a Nana, la portera.  Que yo pueda ser sol para ellos, me repito.


Estoy en Florianopolis, un estado al sur de Brasil. Un amiga mía brasilera, antes de viajar, me comentó con mucho entusiasmo cómo éste es uno de los estados más desarrollados económicamente de Brasil, donde la economía y el dinero giran, donde hay trabajo y donde hay mucho turistas. Con gran desilusión me pregunté qué iría a hacer entonces. Fueron suficientes solo 24 horas en mi ciudad para recordarme que desarrollo y progreso no significan equidad y bienestar para todos, y darme cuenta que, por lasestratificaciones sociales complicadas, económicas y raciales, hay mucha gente que se queda atrás, también en ciudades como Floripa.



Vivo en Mont Serrat, un morro (barrio) que responde al imaginario europeo de lo que es la pobreza brasilera. Aquí, la escuela social Marista Lucia Mayvonne, donde estoy haciendo el voluntariado como profesora, proporciona una educación integral a niños y chicos de 6 a 18 años que viven en condiciones de pobreza. Pero esta no es una simple escuela, es un lugar de la comunidad, en donde, con el tiempo, se construyeron caminos, tejieron redes, desarrollado proyectos y suscitado cambios. Aquí nunca he sentido lástima, sólo un profundo sentimiento de admiración por todas estas personas que trabajan cada día para lograr un cambio positivo, creyendo en ello en lo más profundo de su ser.



Cada día conozco un nuevo pedacito, un nuevo profesor, un nuevo niño, una situación familiar que ignoraba el día anterior, y así, poco a poco, se va delineando la ciudad, la comunidad. Semana tras semana estoy aprendiendo a conocer esta tierra y esta realidad con sus contradicciones, complejidades y bellezas. He descubierto la importancia de las cometas y cuan grande es Brasil, he visto algunos de los mejores atardeceres de mi vida jugando en el parque con los niños, y pintado con ellos las historias del folclore. 


Pero como en cada viaje, no se dio todo de manera inmediata, sobre todo la semana después del Genfest. La lluvia hacía difícil salir del morro donde vivía, convivía con la frustración de hablar un idioma que no manejaba ( y para mí, una gran conversadora, verme imposibilitada para hablar, es una condena). Pequeñas desiluciones y dificultades debido al cambio en el modo de vivir y unas paperas horribles, se sumaron a las dificultades de vivir muchos meses lejos de mis amigos, de quienes amo y de mi familia. Y, además, el cansancio de volver a la rutina después de vivir tres semanas increíbles durante el Genfest donde todo era fiesta, amistad y emoción.


Un día, hablando con quien me hospedaba, leímos un texto de Chiara Lubich. 


“Dejar que la luz invada la jornada”


[…]Cuando las sobras de la existencia nos hacen el camino incierto, cuando incluso, estuviésemos bloqueados por la oscuridad, esta Palabra del Evangelio nos recordará che la luz se enciende con el amor y que bastará un gesto concreto de amor, aún si es pequeño (un oración, una sonrisa, una palabra), para darnos ese destello que nos permita ir adelante. Cuando se va en bicicleta por la noche, si te paras, te quedas a oscuras, pero si empiezas a pedalear de nuevo, la dinamo te dará la corriente que necesitas para ver la carretera.[…]


Estas palabras sacudieron algo en mí. Algo me dijo: «¡sigue pedaleando, sigue amando y la luz llegará!». Esta invitación me acompañó en las semanas que pasaron y llenó mis días de momentos preciosos, de oportunidades para amar a esta comunidad, generando luz. Recuerdo que en aquellas semanas un poco más «nubladas», me costaba quedarme en la escuela por las tardes, mientras que ahora no me doy cuenta de las horas que pasan, y de hecho tengo que obligarme a salir porque si no me quedaría en la escuela hasta la noche.


Algo que me ayudó en este «pedaleo» fue ver el amor que ya me rodeaba: entre los profesores y el personal de la escuela, que con tanta dedicación siguen a los niños, pensando en las necesidades de cada uno; entre los miembros del grupo pastoral con los que trabajo por el cuidado que cada uno pone en lo que hace; en la propia comunidad de Mont Serrat y en todos los proyectos sociales nacidos y desarrollados por quienes viven aquí; y entre los focolarinos y la comunidad del Movimiento de los Focolares de la ciudad que me acogieron. Este amor estaba presente en tantas personas.



Dentro de unos días volveré a casa. Estoy agradecida con este lugar, con esta gente. Cuánto me gustaría ver crecer a estos niños y jóvenes que he conocido estos meses aquí, estar con ellos mientras desarrollan la bondad y el cariño que a menudo veo detrás de sus ojos saltarines. Puede que yo ya no esté aquí, pero ustedes, los próximos voluntarios, podrán hacerlo, y seguir ayudando a esta maravillosa comunidad a generar la luz que este lugar necesita. Que ustedes también puedan ser sol para los demás.


Sara Cason



 
 
 

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