by Francesco Sorrenti

Hemme aquí, un años después, emocionándome al recordar aquella que estoy seguro, fue la experiencia más emotiva de toda mi vida.
La verdad es que hasta el momento del viaje no había entendido qué me esperada. Tenía una idea vaga pero no lograba imaginar en detalle los desafíos, las emociones y las experiencias que me esperaban. Estaba lleno de curiosidad, tanto que se apoderó de todo, de cualquier incertidumbre, miedo o freno.
Cuando llegué a mi destino, inmediatamente entendí que esta experiencia sería mucho más fuerte de lo que había pensado. Las primeras sensaciones fueron una mezcla entre asombre e incertidumbre: el cambio de ambiente y de cultura fue muy fuerte, pero al mismo tiempo muy emocionante. Caí en cuenta que era crucial adaptarse rapidamente.
Los lugares en los que estaba y las personas a mi alrededor hicieron todo mucho más fácil, sobretodo Venant, mi tutor.
Amé el contraste entre la calma, la naturaleza pura y serena y el bullicio de la ciudad.
Me impactó la sencillez y la dignidad con la cual las personas afrontan la vida cotidiana. Mi relación con ellos fue muy positiva desde el comienzo: a pesar de las barreras idiomáticas y culturales, la acogida y la gentileza que me dieron hicieron posible una conexión auténtica.
Inicialmente, hubo, inevitablemente, momentos de dificultad para comprender los ritmos, las formas, las costumbres, pero con el tiempo encontré mi lugar, tanto en la Mariapolis como el contexto social en el que me encontraba. El rol de maestro resultó fundamental para forjar vínculos fuertes, conocer mejor la realidad local y superar los momentos de confusión.
La relación con los niños del lugar es la responsabilidad más grande que me llevo: su entusiasmo, vitalidad y capacidad para trasmitir alegría, fueron una fuentre inagotable de energía. Aunque no faltó la parte difícil: muchas veces enfrentarme a los pocos recursos del lugar fue doloroso, así como sentirme inerte delante a la falta de oportunidades que tienen generaciones enteras, me hizo reflexionar sobre las desigualdades sociales y sobre cuánta fortaleza se necesita a veces para poder reír con gusto.
A mi llegada a Italia me daba cuenta de haber, quizás, visto de verdad qué es la resiliencia, pero, todavía me resulta difícil explicarlo con palabras. Me sentí muy a gusto pero también un poco triste por no haber podido dar cuanto recibí (pero creo que eso es imposible).
Hoy siento que me convertí en una persona más emática y tenaz. Puedo dar más peso a las causas que considero importantes. Me enorguellece estar todavía en contacto con aquellas personas con quienes cree un vínculo más fuerte: me gusta recibir sus mensajes al amanecer, me devuelven la imagen nítida de dedicación y alegría de vivir que no creo que vuelva a encontrar fácilmente.
Francesco Sorrenti
Comments