Es increíble cuán absurdas pueden resultar nuestras preocupaciones cuando, en el camino de la vida, nos cruzamos con quienes luchan frente a realidades aleatoria y dramáticamente injustas. Y cuánto su testimonio de coraje y resiliencia pueden ser un invaluable don para cada uno y la búsqueda de sentido.
Al menos ésta ha sido nuestra experiencia en Sicilia habitando con jóvenes refugiados provenientes del África.
Somos Andy (26) y Charly (31) de Argentina. Luego de viajar y trabajar un tiempo en Oceanía, habiendo conocido lugares y personas maravillosas, con la oportunidad de ir algo más en profundidad también con nosotros mismos, estábamos tan agradecidos que sentimos el deseo de ofrecer un tiempo al servicio de quienes se encontraran en situación de vulnerabilidad.
A través del Programa de voluntariado Internacional Milonga llegamos a un Centro de refugiados en Petrosino, un pueblito costero del sur de Trapani.
La Casa dei Ragazzi es un Centro de segunda acogida, donde no se realizan las atenciones básicas a quienes están apenas arribados sino que se propone una segunda instancia para la promoción de la persona. Allí nos encontramos con 5 chicos, todos ellos de entre 17 y 18 años, oriundos de Gambia. Dado que era Julio se encontraban en receso vacacional y aprovechaban para trabajar, aunque no todos a tiempo completo.
Arribamos dispuestos a contribuir como hiciera falta, con la fantasía de que sería una tarea sumamente fatigosa, pero también sin saber en detalle cómo funcionaba el Centro ni cuál sería nuestro servicio concreto. Desde el primer momento tanto los chicos como el personal nos hicieron sentir parte de la familia.
Sin embargo, nuestro rol no estuvo del todo claro al llegar. La falta de horarios y de actividades predeterminadas nos trajo un poco de confusión y frustración los primeros días pero con el tiempo comenzamos a comprender cuál podría ser nuestro mejor aporte.
Entendimos que la clave de esta experiencia compartida estaba en las relaciones. Que quizás no estábamos ahí tanto para trabajar en el plano de lo tangible sino en la experiencia de construir relaciones distintas y profundas donde las diferencias culturales no fueran una traba sino un recurso precioso, una oportunidad para aprender y enriquecernos recíprocamente.
Y así encaramos el porvenir. Recorrimos entonces varios pueblitos cercanos; fuimos juntos a la playa casi todos los días; jugamos a la pelota, metegol, ping pong, cartas y hasta inventamos algún juego formativo para explorar diversas temáticas que nos parecían importantes junto al equipo de trabajo, como la cultura italiana o la educación vial.
Tomamos un té africano tan fuerte como bueno. Y los chicos probaron nuestro mate sudamericano.
Nos enseñaron a cocinar el maíz a las brasas utilizando latas como parrilla y juntos hicimos tortas fritas.
Salimos a pasear, a escuchar música y a tomar algo en el bar del pueblo.
Nos contaron de Gambia y nosotros de Argentina. Dado que son musulmanes, nos contaron también del Corán y admiramos cada día su fidelidad y disciplina esperándolos para ir al mar cuando justo era tiempo de realizar una de sus cinco oraciones diarias.
Con el correr de los días las relaciones se fueron profundizando y empezaron a compartirnos también sus vivencias e historias personales. Nos donaron el alma sin reparos. Supimos de primera mano al menos una parte de las terribles dificultades y dolores que afrontaron siendo apenas adolescentes para llegar a una tierra donde a primera vista son extranjeros. Y probamos la amargura de una injusticia con nombre y rostro que nos dejó mudos durante varios minutos.
Sentimos tan pequeños. Tan miserables en nuestra vanidad. Tan ignorantes. Tan incoherentes por no cuestionar tantas veces nuestros propios privilegios.
Y al mismo tiempo sumamente agradecidos por ese amoroso cachetazo de realidad, por la presencia salva de los chicos ahí con nosotros y por la amistad de semejantes campeones.
La tristísima realidad del éxodo africano continúa. Son sus amigos y sus familias. Pero hermanos y hermanas de todos nosotros también.Y asimismo continúa para ellos el desafío de integrarse en una cultura nueva, en una sociedad sumamente heterogénea que tiene gente dejando la vida para acompañarlos pero también otra que sigue mirándolos con desconfianza y rechazo.
Para nosotros estas tres semanas fueron ciertamente días de cielo. Aquella fantasía inicial de trabajo duro cayó rápido y terminaron siendo prácticamente vacaciones con amigos. Antes de partir los chicos nos dijeron que estaban muy contentos de recibir nuevos amigos y sentirse más acompañados. También es para ellos una experiencia de aprendizaje.
Quisiéramos por lo tanto a través de estas líneas contribuir a visibilizar esta llaga de la humanidad de hoy y además promover esta maravillosa oportunidad de encuentro que el voluntariado nos ofrece.
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