La experiencia que vivi en Mexico desde el 28 de febrero hasta el 9 de abril de 2018 fué fantástica.
Nuevos descubrimientos, nuevas emociones, nuevos encuentros, iniciativas y proyectos originales que han dejado en mi corazón un sello inborrable.
Todo comenzó cuando llegué a la ciudadela “El Diamante”, un oasis en el cual pude estar en contacto con la naturaleza y dónde vivir momentos de comunión con las personas.
Gracias a la paz del lugar, desde el comienzo pude entrar en sintonía con el ambiente si dificultades para adaptarme. Pero no todo fué color de rosa al comienzo. Al tercer día de mi llegada tuve algunas dificultades intestinales seguramente debido al tipo de comida que había comido. Tal vez influyó también el hecho de encontrarme a 2.000mts de altura, muchas veces me sentía un poco más débil. Afortunadamente fueron pocos días, al quinto ya estaba en forma nuevamente.
Un día tipo consistía en el servicio que desarrollaba de lunes a viernes, de 10 a 15hs en el Jardín “Juan Pablo II”, en la ciudad de Acatzingo. Después, participaba a la misa de la tarde junto a los miembros de la comunidad. Mi tarea principal, era enseñar inglés a los niños, naturalmente no podía reducir mi actividad solo a eso. También les servía en la mesa, los ayudaba a comer, estaba con ellos en la recreación, bailaba y cantaba con ellos.
Compartiendo estos momentos juntos, sentí un fuerte sentido de paternidad y no hace falta decir que estaba increíblemente apegado a estos niños. De hecho, fue difícil para mí saludarlos tanto que no pude contener las lágrimas.
En ocasión de la Pascua, recibí la tarea de interpretar el papel de Jesús en la representación del Vía Crucis en vivo. Fue una experiencia sensacional asumir el papel de nuestro Señor y transmitir a todos los fieles el sufrimiento que había experimentado por cada uno de nosotros. También tuve la oportunidad de unirme al coro, de participar en los momentos de recreación organizados por el Gen.
En resumen, me había insertado plenamente en la dinámica de la comunidad.
Mi temor era pues el de no vivir nada fuera de la ciudadela, habiendo imposibilitado así la posibilidad de conocer el entorno circundante con sus habitantes, pero no fue así. Gracias a algunas personas que me acompañaron durante mi estadía en México, pude recibir la oportunidad de visitar otros lugares y conocer familias locales.
Todo en un ambiente de profunda y amistosa colaboración. ¡Le estoy agradecido por esto!
Para terminar en belleza hacia el final de mi estancia, trabajé en un pueblo llamado Contla, uno de los muchos afectados por el terremoto, trabajando para la reconstrucción de las casas derrumbadas. En esos cinco días tan intensos, pude ponerme a prueba soportando el cansancio y las penurias sin las cuales quizás no hubiera podido sentirme tan gratificado.
Para concluir, quisiera expresar mi profunda convicción de que no se puede lograr nada si no nos entregamos completamente. El secreto es lanzarse sin miedo y dar lo mejor de uno mismo.
Que Dios nos acompañe siempre!
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