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Uruguay- una “nueva vida” recomienza aquí



Heme aquí, frente a una hoja en blanco, intentando expresar con palabras la experiencia que viví en Uruguay. Soy Elisa, tengo 20 años y a principios de mayo 2019 fuí a Montevideo, Uruguay con el programa milONGa.


Una mochila pequeña en mi espalda, una maleta con lo mínimo indispensable y un cuaderno en el cual escribiría mis pensamientos, mis emociones…

Antes de partir no sabía qué esperar, pero tampoco quería hacerme grandes expectativas, para evitar desilusionarme o no estar a la altura, después, de vivir esta experiencia como la tendría que vivir. Entonces partí con el único deseo de amar y donarme en todo.


Al salir del aeropuerto de Montevideo, me recibió, con gran alegría, la familia que me iba a hospedar. Con su afecto no tuve ni siquiera el tiempo de sentirme incómoda o de extrañar mi casa. La familia fue parte fundamental de esta experiencia: me hospedaron, me soportaron, ayudaron y me hicieron sentir amada por quien soy. Para mí fue muy importante la presencia de Agustina, la hija mayor, con quien compartí mucho y creé una linda relación.


Durante mi permanencia, desarrollé mi servicio de voluntariado apoyando a las maestras y educadores en diversas actividades realizadas en el Centro Nueva Vida, un centro que acoge niños y chicos desde los 2 a los 18 años con situaciones familiares y sociales difíciles, y les ofrece un lugar donde aprender, divertirse, estar juntos y crecer.


El primer obstáculo que encontré fue el del idioma: no sabiendo bien español, durante las primeras semanas fue muy difícil hacerme entender y comunicarme con las personas, pero al mismo tiempo fue muy lindo y divertido porque, a través de versos y gestos, todos intentaban ayudarme y enseñarme el idioma.


El segundo día suena el despertador a las 7:30; desayuno de afán, tomo una ducha caliente, me pongo la mochila en la espalda…salimos hacia el Centro Nueva Vida.


Aquel lunes empezaría mi servicio…todavía recuerdo la emoción y los pensamientos que se me pasaban por la cabeza: ¿estaré a la altura? ¿podré hacer todo lo que me pedirán? ¿me aceptarán? Pero al mismo tiempo no veía la hora de comenzar.


No puedo negar que al principio estuve un poco confundida, pero después logré encontrar mi lugar y darme cuenta dónde se necesitaba verdaderamente mi ayuda.


Tuve la oportunidad de compartir tanto con los niños más pequeños, entre los 2 y 3 años, como con los más grandes, desde los 6 a los 12 años. Todos muy diferentes entre sí, pero con la misma necesidad: sentirse amados.


Siempre me asombra cómo con los niños no importa el idioma en el cual se habla si nos esforzamos en hablar con el corazón, con las acciones e con la mirada. Todo lo demás viene por sí mismo y, cuando te toman confianza, sabes que decidieron confiar en ti.


Muchos de ellos estaban con la ropa sucia, tenían un olor fuerte, muchas niñas tenían piojos…pero esto no me quitaba las ganas de estar con ellos, jugar y amarlos.


Aprendí el significado de la comprensión, la tolerancia, la paciencia y la solidaridad. Me quité prejuicios y miedos, y aprendí a vivir con serenidad.


Me enseñaron el significado, que de pronto había perdido, de las pequeñas cosas, la importancia de ser feliz en la simplicidad y el valor de las relaciones.

Todavía recuerdo todas sus preguntas, curiosos por conocerme mejor y saber más sobre mí: ¿De dónde vienes? ¿Cómo es tu ciudad? ¿Cuántos hermanos tienes? ¿Te gusta este lugar? ¿Por qué viniste a Uruguay?





Era muy lindo ver cómo me buscaban, cómo me saludaban cuando llegaba o me iba: un gesto pequeño que para mí significaba mucho.


Aprendí mucho de la cultura uruguaya y logré sumergirme tanto, al punto que todos me llamaban “uruguaya”. También descubrí que la mayor parte de la población uruguaya tiene origen italiano: durante las crisis y migraciones, muchos italianos se establecieron en América Latina y sobretodo en Uruguay. Fue una oportunidad de reflexionar mucho y pensar que también mi país ha vivido años muy difíciles de migraciones y que por mucho tiempo los italianos fueron los extranjeros.


Haciendo este tipo de experiencias y estudiando la historia es que se aprende a ser más abiertos y tolerantes con los demás, incluso con aquel que es diferentes y que viene de lejos.


Es verdad que como voluntario no recibes un pago material, pero las emociones, las miradas de los niños y de los chicos, sus abrazos, sonrisas, los juegos y los chistes, el afecto de las personas que tienes cerca…estoy segura que es la mejor recompensa que se pueda recibir y desear.


Y yo, estos regalos los conservaré en mi corazón por siempre.


Y para concluir solo puedo decir:

¡Gracias por todo Uruguay, nos vemos pronto!

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