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Cómo Bolivia me enseñó otro ritmo de vida

Por Marco Bevilacqua


He pasado casi tres meses como voluntario en La Casa de los Niños, y aunque en principio no fue fácil, al final puedo decir que fue una experiencia increíble que me ha dado mucho más de lo que pensaba.


Antes de viajar a Bolivia no tenía expectativas, solo el deseo de descubrir otro mundo, otra manera de vivir la vida, tal vez aburrido del estilo occidental que me parecía tan raro.


Cuando llegué tenía un poquito de miedo, pero al mismo tiempo tenía mucha confianza en mis capacidades, seguro que las cosas irían bien. Por suerte en el aeropuerto me recogió Gianluca, el responsable de la escuela de la comunidad, una persona muy enérgica y alegre, quien desde el primer momento me ayudó a instalarme en la comunidad.


Cuando llegué a la comunidad, los niños fueron muy acogedores, curiosos de saber quién era, de dónde venía, y fue fácil empezar a jugar con ellos y hablar, por suerte no necesitaba de un nivel de idioma muy alto para hacer esto, así que comencé.



Durante mi experiencia viví en la casa de Aristide y Tania, con seis niños y tres voluntarias, que me ayudaron un montón a vivir bien la experiencia, visitando juntos el país y reflexionando sobre lo que nos pasaba.


Claro, vivir con otras personas, y sobre todo con niños, no es fácil, pero, una vez que me acostumbré fue maravilloso compartir con ellos cada momento del día, y empezar a ver que mi tiempo no era sólo mío, sino que yo empezaba a compartirlo con los niños de la casa, jugando, hablando, mirando películas, simplemente pasando el tiempo en compañía de ellos.


Esto fue un aprendizaje de vida: en principio no entendía la manera de organizar el día, sin planes, sin prisa, y solo poco a poco empecé a entender que tenía que cambiar mi perspectiva sobre el tiempo y el ritmo de vida; solo cambiando yo, habría podido disfrutar de aquellos momentos.


Mi día habitual era ir a la escuela de la comunidad en la mañana, y hacer talleres para los niños en la tarde. En la escuela daba clases de música y ayudaba con los chicos/as discapacitados, una linda experiencia y muy divertida.


Creo que la cosa más difícil fue acostumbrarme a otra comida y al ritmo de vida: sobre todo el ritmo de vida era muy diferente, y con una mentalidad como la que tenemos nosotros europeos, que siempre sabemos lo que tenemos que hacer en una situación, acostumbrarse no fue fácil, porque nadie me dijo lo que tenía que hacer, simplemente no había que hacer algo en particular, o de una manera precisa, todos podíamos proponer algo, y esto fue muy raro en principio, y necesita tiempo, paciencia y un poquito de dejarme llevar para interiorizarlo.


He aprendido algunas cosas que me llevaré conmigo para siempre: la importancia de escuchar cualquier cosa que digan los niños, la importancia de tener paciencia y comprender que detrás de un problema siempre hay algo que uno no conoce, y la importancia de vivir cada momento sin pensar en el futuro. También, a veces podemos pensar que no conocer el idioma o la cultura es un problema, pero basta solo abrirse, dejarse llevar, jugar a veces, y todo se supera. Las diferencias o las dificultades se superan si te haces como los niños: sencillo y alegre.


Al final fue una gran experiencia, no fácil, pero importante para mi vida, que me enseñó muchas cosas que quizás nunca hubiera aprendido en Italia, en mi zona de confort. Tal vez lo que yo he dado a los niños no fue mucho, pero no hay problema en este sentido, porque basta una hora, una sonrisa, la simple presencia de una persona que esté con ellos y ya está, ya es mucho, porque lo que para nosotros es poco, tal vez para los demás es mucho.



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